En el patio de mi casa, un día muy soleado y muy seco, no apareció de pronto, fue llegando despacito, así como el que no quiere la cosa, como el que no quiere ser visto...Empezó con ánimo de niño a revolver unas hojas que estaban en el suelo. Mirando hacia los lados, cerciorándose de estar solo, se fue animando y levantó las hojas un poco más, para luego dejarlas caer, pero no vertiginosamente. Sin duda estaba jugando. Siguió sin percatarse de que ahí había una presencia, atestiguando su emoción y a la vez emocionada. Me quedé quietecita, de manera que no lo imaginara, no fuera a ser que se espantara. Y le vi continuar su juego, alternando la suavidad con la aspereza, levantando y bajando las hojitas con destreza. Sonreía. Había momentos en que parecía que las abrazaba, todas iban en una hilera en espiral que llegaba como a la altura de un metro cuando las elevaba; se notaba claramente que jugaba, que se sentía bien, que celebraba algo, tal vez sentirse pleno tal como estaba, solito consigo mismo, pensando bien, pensando que el juego era entretenido. Mientras, me mantuve emocionada, viendo la paz del remolino.
Charlotte Alba